Llevo casi dos décadas ayudando a gran diversidad de personas y personalidades a mejorar sus habilidades de liderazgo, tanto a través de talleres, asesoría, cursos, evaluaciones 360°, entre otras técnicas; y debo confesar que siempre me quedo con ganas de decir “mira, tómalo con calma, porque hagas lo que hagas, nunca vas a ser ese líder”.

Si preguntas a mil personas quiénes quieren ser un buen líder, te aseguro que el 99.9% levantará la mano. Y es que cualquier persona en su sano juicio trata de hacer las cosas de la mejor manera posible. Entonces, la pregunta del millón es ¿por qué los equipos rara vez consideran que tienen un líder como jefe?

Pues porque la vastísima literatura sobre liderazgo que podemos encontrar no hace otra cosa que decirnos lo perfecta que tiene que ser y hacer una persona para ser considerada “líder”. Pensemos: inspirar a su equipo; escuchar y ser empático/a; conocer a cada uno/a; tratar a todos equitativamente según sea su nivel de desarrollo, sus personalidades, sus intereses, sus gustos; dar el ejemplo, “ser” un ejemplo, comunicar con claridad, tener empatía, motivar; lograr la participación y compromiso de todos, velar por su desarrollo, su línea de carrera, escuchar sus problemas personales, generar confianza, entre muchas otras.

Pero además, el líder debe planificar, tomar decisiones, asignar responsabilidades y tareas, hacer reportes, rendir cuentas, monitorear avances, solucionar problemas, negociar, conseguir recursos, enseñar, hacer que las cosas sucedan, etc. Y según sea el puesto que ocupa, también debe vender, atender clientes, negociar con los bancos, producir, diseñar, lidiar con mil trabas administrativas, o ¡todas las anteriores!

Toda esta vasta literatura sobre “el líder” que nos rodea y que ahora se estudia en los institutos y universidades, genera expectativas cada vez más exigentes de aquellos que suben a una posición de supervisor, jefe o gerente. Lo que al inicio era un modelo ideal de “líder” se ha convertido en la norma “si no cumples con el modelo, no eres un líder”.

Por lo tanto, estamos creando el perfecto ambiente para tener una gran fuerza laboral frustrada y desmotivada porque su jefe no es un «líder». Un ambiente donde la gente ha comprado la idea de que su jefe debe ser un «líder» y por lo tanto, cumplir con el modelo ideal del libro. Un ambiente donde nos concentramos en lo que las personas “no son” en lugar de valorar lo que van logrando.

Quizás nos hemos olvidado que las organizaciones están formadas por seres humanos, es decir, por seres imperfectos que tienen grandes cualidades pero también miedos, inseguridades, malos hábitos y un sinfín de pequeños «defectos de fábrica». Y si bien, como decía al inicio, el 99.9% queremos ser esos líderes ideales del libro, esas personas perfectas, debemos empezar por aceptar que no lo somos y seguramente nunca lo seremos.

Como jefes, podemos intentar ser mejores cada día, ser sencillos, mostrarnos como somos y, más bien, pedirles a los miembros de nuestro equipo que sean ellos los que compensen nuestras falencias. Como jefes, gerentes, profesores y autores, podemos ayudar a desmitificar al “líder” y dejar de generar falsas expectativas en la gente, y decirles “tu jefe no es un líder, pero juntos pueden hacer el trabajo ideal”

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